sábado, 22 de enero de 2011

"Inmensos en la cultura del Skate"

Los vemos por las calles, en el paseo de La Zurriola, en las canchas de baloncesto de Sagüés. Los hay jóvenes, adolescentes, niños. Hacen trucos, saltos. Aprenden a base de ensayo y error. Unos les tachan de vándalos. Otros, de deportistas. Cada vez son más los skaters y longers que peinan las calles en el barrio de Gros. Lucen patín, maderas cuidadas. La ropa, de vivos colores. Las 'zapas', gastadas. Pero a todos les une la misma pasión, el skate, una cultura urbana que vive estos años su momento de plenitud. En Gros proliferan tiendas para dar a este deporte una mayor cobertura.
Álvaro Ramírez Arteaga es uno de esos jóvenes que vive con pasión este movimiento skater. Desde hace cinco años regenta Laplaza Skateshop en la calle Ramón y Cajal (acaba de abrir una nueva en la calle Easo, en el corazón de la ciudad). Admirador de este movimiento desde la irrupción del 'Sancheski', lleva patinando «desde que era un crío» y afirma tajante que es su verdadera pasión. «Es un movimiento cada vez más extendido. Se ha normalizado en la sociedad. El mundo del patín es un mundo de altibajos. Ahora estamos viviendo un momento dulce con la proliferación de la publicidad, revistas y sobre todo, desde la aparición de Internet. Los chavales cuelgan sus vídeos y los trucos que practican los profesionales son imitados por los más jóvenes. Antes era un vicio poco sano. Se nos tachaba de vándalos que íbamos por las calles haciendo el loco. Poco a poco se ha conseguido que la figura del skater se 'normalice' en la sociedad», explica desde su establecimiento. Cada vez es más común ver a chavales, y también a mucha chavala, a lomos de estos vehículos articulados recorriendo las calles. «Los chicos se decantan más por el skate. Ellas, sin embargo, por el 'longboard', cuya dimensión de la madera es mayor y se utiliza generalmente como transporte, para paseo», afirma.
Un Skate no es más que aparentemente una tabla de madera. Pero la técnica de fabricación es cuidada al detalle. «La base es de arce canadiense, compuesta por siete láminas prensadas a la que se le adhiere un eje y ruedas. A la tabla se le incluye una base de lija para no resbalar, por eso suelen gastarse las zapatillas de tanto salto», explica Álvaro. Hasta hace bien poco el material siempre se traía de fuera, pero cada vez tenemos más fabricantes nacionales, también en el País Vasco, como la marca donostiarra Caramelo y Jart en Irun. Los precios, como en todo, muy variados. Desde algo sencillito y rudimental de 50 euros, hasta otros que pueden llegar a costar 150.
Clases magistrales
Pero lo que verdaderamente le gusta a Álvaro es dar a conocer esta práctica. Por ello, y junto al equipo de profesionales que trabaja en sus establecimientos, y en colaboración con Carmelo, han visitado algunos colegios donostiarras como San Patricio, Amara Berri o Jesuitas para acercar a los niños, con exhibiciones muy visuales, a la práctica de este deporte. También lo hacen en Oiartzun, donde ellos mismos han montado un parque cerrado para poder dar rienda suelta a los intentos malabares de los amantes del skate. «Se crean grupos, y el ambiente entre ellos es muy sano, se conocen todos y al final se crean lazos de amistad fuertes gracias al patín».
Lo que era una afición poco entendida, casi limitada al ostracismo, ahora ha cogido cuerpo, «se ha profesionalizado» y es común entre jóvenes de entre 11 y 16 años. Una moda creciente que tiene en San Sebastián, y en Gros especialmente por su «buen suelo en todo el paseo», un lugar ideal para su práctica.